La familia de Enrique Morente ha sido la encargada de comunicar la triste noticia del fallecimiento del cantaor. En un comunicado, en el que confirma la muerte del artista pasadas las cinco de la tarde de hoy, afirma que se marcha "un creador único y una persona maravillosa", que "deja un enorme vacío en nuestros corazones y en el de la música, a los que se dedicó por entero y con entrega a lo largo de toda su vida". Los familiares expresan "en estos momentos difíciles y de dolor", su "sincera gratitud hacia todas las personas que nos han trasladado su afecto y cariño".
La capilla ardiente del cantaor se instalará mañana, a partir de las 15.00 horas, en la sede de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), según han informado a Efe fuentes de esa institución.
Ese quejío postrero se le coló de improvisto, como se inmiscuía la genialidad en su voz mientras improvisaba. Enrique Morente ha muerto. Se ha ido como uno de los versos que metió a compás. En un instante. El Pijón del Albaicín de Graná, discípulo primero del jerezano Cobitos y de Juanillo el Gitano por las cuestas nazaríes, apagó su grito abismal antes de tiempo. Con 68 años. Ha muerto sin capacidad para asumirlo. Dos operaciones tal vez demasiado rápidas, una complicación tras y otra, y el final. Morente entró en el hospital por un problema supuestamente menor y ha terminado dejándose las entrañas en una cama de Cuidados Intensivos. Ni el cante de su Estrella al oído ni los ruegos al cielo de su esposa Aurora han bastado.
El espacio de la leyenda
El rebelde revolucionario que rehizo los cimientos del cante ha subido ya al escenario absoluto. Enrique Morente Cotelo, humilde seise de la catedral de Granada que encontró la cima de su talento en el flamenco después de trabajar como peón de zapatero o como ayudante de platero, ha pasado ya al espacio de la leyenda. Y ahora más que nunca hay que recordar su ejemplo. Cómo llegó a Madrid, con apenas 20 años, para intentar comer del cante en la peña Charlot. Cómo ya entonces había logrado quitarse de encima la huella del absentismo escolar leyendo novelas del Oeste. Cómo se arrimó al gaditano Aurelio Sellés y al trianero Pepe el de la Matrona en el bar Gayango de la capital para introducirse con ellos en una escuela cantaora que terminaría devolviendo al lugar que merecía, la de Antonio Chacón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario